sábado, 6 de diciembre de 2008

Ganas y uñas, las Herramientas del Político, el Motor de la Sociedad, Editorial. Edición 3


La teoría de Jaime Garzón era que la falta de compromiso de los colombianos con el bien común era una consecuencia de la incapacidad de reconocer el país como un bien colectivo. Por eso no importaba botar la basura a la calle o dejarla ocupar cargos de elección popular, y de ahí la decisión generalizada de manotear y putear sin mover un dedo, porque como eso es responsabilidad de otro lo único que podemos hacer es alegar.
Por eso tenemos una obsesión con que un día llegará el Mesías que va a recoger la basura, pavimentar la calle y acabar con las FARC y que ese día ya no nos tendremos que preocupar por nada más.
No es para desconocer que el estado tiene unas responsabilidades. El estado si debería recoger la basura, pavimentar la calle y acabar con los grupos armados, pero en Colombia el estado está aun por construir y eso no se logra a punta de vociferar insultos sino a punta de desarrollar y recoger construcciones colectivas. Y esas construcciones colectivas surgen de la toma de conciencia de un rapero, de un pintor, de un notario, de un indigente, que lo que ellos hacen con su vida diaria tiene efectos sobre su comunidad y otras personas iguales a él y que igualmente su inacción también tiene consecuencias sobre todos, incluyéndolo a él mismos.
Muchos creen que volverse político es salir en afiches con cara de ponqué levantando el dedo gordo de la mano y negociando votos, pero ser político no es más que el hecho de reconocer que uno tiene un papel que jugar en el bien de la sociedad y empezar a hacerlo con los dientes y las uñas. De hecho el punto no es si somos políticos o no porque como lo dijo Aristóteles “el hombre es un animal político”, el punto de cómo nos comportamos y eso no depende de la cantidad de votos que tengamos sino del impacto que logremos tener sobre nuestros alrededores.
Garzón supo cumplir su función política sin jamás participar en una elección y más importante que eso, sin jamás dejar de hacer lo que amaba. Y eso es crítico; no nos tenemos que volver la Mahatma Gandhi para contribuir. Basta con hacer el ejercicio de dar un paso atrás y mirar, en el marco de lo que hacemos o de lo que nos gusta, cómo se puede contribuir al bien de nuestra comunidad.
Y la verdad es que Colombia algo ha cambiado desde que Garzón echaba su cuento. Hoy ya no solo la gente se toma más en serio la responsabilidad de contribuir sino la obligación de mostrarlo y eso es un reflejo de las expectativas de nuestra sociedad. Los ejemplos de Juanes, Shakira, Juan Pablo Montoya o Camilo Villegas demuestran que hoy por hoy ser un artista o deportista reconocido y no tener una fundación de algún tipo es muy mal visto. Inclusive hasta las empresas han empezado a repetir el discurso de la responsabilidad social empresarial y aunque la autenticidad de estas iniciativas varía, la verdad es que seguramente estamos mejor con esfuerzos superficiales que sin ningún esfuerzo.
Todo esto para decir que nuestras vidas están íntimamente ligadas con el funcionamiento de la sociedad donde crecemos. Tenemos la discreción de ignorar nuestro papel en ella pero no la capacidad de esquivar sus goteras y sus pestes. Pero también tenemos la oportunidad de construir desde nosotros mismos, con aportes grandes o pequeños, una sociedad solidaria y prospera; y darnos cuenta que trabajar por nuestro país no es solamente satisfactorio y constructivo, sino muy muy bacano.

El valor de confiar

Recuerdo cuando niño que los adultos me decían: "En la calle, no le acepte nada a nadie, ni un dulce", es natural esa desconfianza que tiene fundamento en algunos hechos que ocurren a diario en todo el mundo; pero empecé a cambiar el paradigma, cada día conozco gente buena y confiable, voy a permitirme resaltar que es la mayoría.

Me subí al bus que me llevaría a Medellín, me senté al lado de doña Gloria, una señora que viajaba, con Martha, su hija, y Daniela, su nieta de dos años, eran las 9:40 de la mañana, habían salido desde las 6:30 desde Cartagena. Empezamos a hablar, les pregunte acerca del viaje y de sus vacaciones en la Heroica. En un momento Martha me alcanzó un paquete y me ofreció un Chocmelo (masmelo recubierto de chocolate, que por cierto me encanta) recuerdo aquella frase de los adultos... "no le reciba nada a nadie" pero también pensé en el cambio de paradigma... acabamos con la caja de Chocmelos y compartimos sobre nuestras vidas. Son de Manizales, viajaron por la temporada a Cartagena y Daniela conoció el mar, saben lo que me apasiona el mar, así que tuvimos una cálida conversación.
Les entregué un ladrillo (a escala, de los que se usan para construir maquetas), les dije que es importante que cada uno de los colombianos aportemos, no un grano de arena sino que pongamos el ladrillo completo... y recordemos que los ladrillos se pegan, no con cemento sino con materia gris... con cerebro, con las buenas ideas de los colombianos, y construyendo confianza, les di las gracias por los chocmelos y en Medellín, nos despedimos.

Eran las 10:00 de la noche cuando inicié el viaje Medellín - Bogotá, me senté al lado de Carlos, el viajaba con su mamá, era la primera vez que visitaban Bogotá. Así que la conversación fue sobre sitios de interés, clima, medios de transporte. En la mañana siguiente, eran como las 06:40 estábamos cerca a Guaduas, Carlos sirvió un vaso de gaseosa y me alcanzó un paquete de papas, los que me conocen saben que esos alimentos no son de mi gusto y adicionalmente recordé la frase: "no le reciba nada a nadie" pero luego de la amena conversación de la noche anterior, no podía despreciar ese gesto de hospitalidad.
Al llegar a Bogotá, les regalé un ladrillo (hablé de la construcción de país y la materia gris) y les dije que con gestos como la conversación y regalar una gaseosa y unas papas se construía confianza.

Recuerdo que pocos días antes de salir de viaje, iba en un ejecutivo por la calle 140 en Bogotá, vi una muchacha con la que sentí empatía (aclaro: empatía no gusto), me senté al lado y le pregunté: Dime una razón para creer en Colombia, respondió un poco desubicada por la pregunta: no se, la verdad no sé que decir.

Le entregué una tarjeta de la Fundación con 10 razones para creer en Colombia y le entregué un ladrillo.
Me preguntó si trabajaba en algo relacionado con arte colombiano, le dije si, en la Fundación Yo Creo en Colombia queremos empoderar a la gente sobre el arte y la cultura, le di el correo de la persona que maneja ese tema. Me respondió que precisamente eso era lo que estaba buscando y me dio las gracias por el dato.

Estos relatos pueden pasar como conversaciones comunes y corrientes como tantas de las que tenemos a diario con gente común, pero después de comer chocmelos, papas y gaseosa y de entablar conversaciones con aquellos que llamamos extraños y saber que en todos esos casos regresé a mi casa sin problemas. Tengo un pensamiento; este tipo de conversaciones pueden cambiar vidas, a ellos, tal vez les sirvió para hacer agradable su viaje, conocer más del mar, enterarse de como será su visita a la ciudad que no conocen o tal vez, la posibilidad de desarrollar su carrera o trabajo en el tema de arte colombiano; a mí, me cambió la vida esas conversaciones, me confirmó que puedo confiar en "extraños".

Miguel Ángel Ruiz

Sueños de libertad

A mí se me eriza la piel y se me enlagunan los ojos cada vez que veo las imágenes de todos aquellos que están, en Colombia, privados de la libertad. Me duele saberlos lejos de sus familias, sufriendo humillaciones y viviendo en condiciones infrahumanas. Me duele ver sus pruebas de supervivencia, pidiendo alguna salida, algún remedio, alguna solución para acabar, de una vez por todas, con la guerra. Me duelen todos esos ex secuestrados, que por fin son libres nuevamente. Me duelen las secuelas físicas, emocionales y psicológicas que les quedaron. Pero de la guerra inclemente, del flagelo del secuestro, de lo absurdo y de lo malo, lo que más me parte el alma es la indiferencia de los que estamos del otro lado.

Es por esto, que me hace feliz ver que por la acción de un hombre, que hace casi un año propuso marchar por ellos, por los que esperamos y que no están acá, muchos colombianos hemos tomado conciencia y nos hemos sensibilizado ante el dolor de los demás.

Con frecuencia, he oído que este, el 2008, es el año de la libertad. Así lo han demostrado los ex secuestrados que han podido abrazar nuevamente a sus seres queridos. Lo han enfatizado, aún más, las inmensas movilizaciones que se han realizado a nivel nacional e internacional. Mares de personas que se fueron despertando y uniendo para clamar por el pronto regreso de todos. Colombianos que se cansaron del silencio y decidieron que ya habíamos tenido suficiente.

Recuerdo que, en cada marcha, llueven los papeles con mensajes que imploran la necesidad de no olvidar al que no está. Los colombianos, que se sacudieron la indiferencia y los miedos, decidieron, por iniciativa propia o por fiebre colectiva, imprimir millones de hojas; hacer prendedores; llevar banderas, para regalárselas y llegarles al alma a los otros colombianos, que, como ellos, decidieron cubrir las calles de blanco. El 4 de febrero, recibí de manos de un compatriota anónimo una hoja blanca con una frase que me impactó: En mi familia hay 3.200 secuestrados. Desde ese día, siento a cada secuestrado como mío.

Yo apoyo que se sigan dando marchas. Creo que nunca es suficiente lo que podamos hacer para lograr el bienestar de otros. Sé que algunos piensan que una marcha más no hace la diferencia, sin embargo, yo quisiera creer que sí. Además, muchos de los hombres y mujeres liberados sostienen que las marchas, cuando estaban en la selva, les daban aliento. Que ellos, a través de la radio, escuchaban a los millones de colombianos los recordaban y deseaban que volvieran pronto a sus hogares. Millones de personas desconocidas que gritaban sus nombres y les mandaban su fuerza para que no desfallecieran.

Aplaudo, de igual forma, la hermosa idea de adoptar un secuestrado. Esta iniciativa que se formó en la Universidad de la Sabana, permite que sean muchas las personas que están rezando por un pronto regreso de los que están en la selva. ¿Cómo serían las cosas si cada uno de nosotros adoptara a un secuestrado? ¿Qué pasaría si todas nuestras fuerzas, nuestras energías y oraciones se enfocaran en una persona que está privada de la libertad?

Todas estas ideas, que surgieron como acciones individuales, han sido capaces de generar una conciencia colectiva de rechazo contra la indiferencia. Yo, por eso, le digo sí a todo lo que tenga como objetivo no olvidar. Por Wilson Rojas Medina, por Libio Martínez, por Álvaro Moreno, por Sigifredo López, por Luis Mendienta, por Elkin Hernández, por Alan Jara; por todos los uniformados y por todos los políticos, pero, sobre todo, por todos los secuestrados del común, que no figuran en los medios. Yo, seguiré marchando para exigir la libertad de cada uno de ellos, pero, sobre todo, esperaré el regreso de MI secuestrado, Pablo Emilio Moncayo.

Y tú, ¿qué estás haciendo por la libertad?

Shadya Karawi Name
shadyakarawiname@yahoo.com

El esto emocional (Invitado del mes)

Es fácil y necesario olvidar que todos alrededor nuestro tienen las mismas necesidades, miedos y rabias que nosotros. Me acuerdo claramente cuando, en los primeros años de primaria, el colegio en el que yo estudiaba convirtió en costumbre hacer evaluaciones de seguimiento a los profesores. Una de las preguntas que hasta muy poco tiempo me pareció absurda pedía que calificáramos la actitud del profesor y su trato con los estudiantes dependiendo de su estado de ánimo. Siempre me pareció que era una de esas rutinas que se institucionalizan (por supuesto que en primaria esas no eran las palabras) pero que en el fondo era una necesidad retórica del colegio por mostrar algún profesionalismo.

Sin embargo las cosas empiezan a cambiar, y los matices de la vida emocional se van derramando por fuera de los envases que diferencian a un profesional de otro. Ese juego que siempre parece inconcluso o apenas comenzando es probablemente lo que, descrito de forma muy diferente, nos lleva a estudiar carreras sociales, en mi caso particular, Ciencia Política.

Estos últimos días hemos visto cómo aquellas emociones que deberían estar separadas de la racionalidad, que anhelamos nos conduzcan todos los días, parecen ser lo que mejor describe los cambios de nuestra vida como especie. Entonces es válido preguntarse si lo más privado que tenemos, también existe colectivamente, disfrazado de ley, de principio jurídico o de precepto económico.

La venganza, por ejemplo, que puede tener tantas dimensiones como queramos darle, pareciera vedada de las discusiones de nuestros honorables representantes, o de los aparentemente fríos artículos en las leyes colombianas. Pero lo más probable es que el código de procedimiento penal, así cómo la estructura que existe para aplicarlo no sea más que un esfuerzo humano por codificar la venganza, hasta donde se puede aplicar, en quien y cómo. Claramente el paso por la cárcel de un individuo es una forma de darle un puño o una puñalada a alguien que nos hizo daño, vengándonos de forma ordenada, bajo el mismo principio de diente por diente y ojo por ojo.

En este sentido, el viernes 28 de noviembre, día en que los medios de comunicación nos exhortaron a marchar para que liberen a los secuestrados, se hizo un esfuerzo por redimir nuestras culpas como colombianos por tener que sufrir el yugo de la libertad. En cierto sentido, el sufrimiento de algunas personas y la indiferencia a la que se hace permanente referencia nos obliga a que liberemos nuestra culpa y podamos seguir tranquilamente con nuestras vidas. La tensión que genera la información que nos es suministrada tiene que liberarse, tenemos que confesarnos ante una autoridad superior, y ¿Qué hay superior a la imagen de Colombia entera, marchando por la libertad de los secuestrados?

Esperamos entonces que nos digan, seguid hijo con dos aves marías y un padre nuestro, pero no lo vuelvas a hacer. Por lo menos hasta que organicemos otra marcha que nos recuerde lo indiferentes que podemos ser.

Nuestra vida como colombianos estará siempre marcada por estos hechos. Lo más aterrador es no saber si nuestro comportamiento de manada no se diferencia sino marginalmente de cualquier otra especie, o que estemos comenzando a entender que somos una manada entre la especie de los humanos.

Federico Ramírez (Invitado del mes)
Politólogo de la Universidad de los Andes, candidato a maestría en ciencia política de la universidad de los andes; vinculado al área de investigación denominada estudios estratégicos.

Tiempo de juego

Una tarde de enero nos reunimos con los integrantes de la Fundación Tiempo de Juego, la cual dirijo, para fijar el horario de actividades del semestre que comenzaba. Tras definir que los sábados son de fútbol, y los martes y viernes de cine y literatura, me quedé charlando con Johan y con Angie. Johan es, digamos, el duro del parche. Juega de central, es el capitán de la mayores, el favorito de las niñas y a sus 17 años acaba de ser contratado por la fundación como entrenador de los chiquitos. Angie juega en la Sub-16 de las niñas, es la novia de Johan y frecuentemente solicita los consejos secretos del cuerpo técnico para mejorar su nivel, porque no maneja muy bien la izquierda. Tampoco la derecha. La conversación duró poco porque Johan tenía partido de micro. Al despedirnos, noté cómo Angie esquivó el cariñoso beso que le intentó dar Johan. ¿Qué pasa , pregunté. Pues que Johan se la pasa jugando fútbol, piensa en fútbol, habla de fútbol, respira fútbol y ya solo me para bolas cuando terminan los entrenamientos, siguió protestando Angie.

Tiempo de Juego comenzó como un proyecto de la clase de Comunicación para el Desarrollo en la Universidad de la Sabana. Desde siempre, nuestro objetivo fue que los niños y jóvenes de los Altos Cazucá aprovecharan su tiempo libre haciendo algo productivo. Los tristes días y las largas noches que pasamos allí, entre gritos y disparos, nos mostraron cómo la falta de espacios deportivos y actividades lúdicas extracurriculares en la zona era lo que volvía a estos jóvenes vulnerables a las drogas y a integrar las pandillas y grupos armados ilegales que pululan por estas lomas empinadas del sur de Bogotá. También notamos cómo sus olvidados habitantes nutren con sus sueños y esperanzas la agreste geografía del sector. Decidimos, entonces, escoger el fútbol como corazón del proyecto por su poder de convocatoria. También porque es lo que más nos gusta hacer en la vida. Por eso, lo de Angie aquella tarde, más que un reclamo era una voz de aliento. Bastaba mirar un año atrás. Johan pasó de cargar cajas en una fábrica de aceites a ser entrenador de una escuela de fútbol. Su récord en las maquinitas fue reemplazado por una veintiuna con el balón. El jefe de pandilla se convirtió en el capitán de un equipo y ya no era el ídolo por armar peleas callejeras sino por meter goles de cabeza.

Cuando estos jóvenes celebran goles, este no parece el sector más pobre de Soacha en el que, según Codhes, en los últimos cinco años han sido asesinados más de 800 jóvenes, ni la zona con mayor desplazamiento después de Chocó, donde a la pobreza y la violencia intrafamiliar se suma la guerra entre pandillas, y donde los que están creciendo a veces solo aspiran a formar parte de los grupos al margen de la ley, que los reclutan por unos pocos pesos. Un sector donde los niños se desmayan cuando apenas llevamos quince minutos de entrenamiento por falta de desayuno. La primera vez que fui, como periodista de Conexión Colombia, me hice amigo de dos niños que no tenían más de ochos años. Al regresar, veinte días después, habían muerto de hambre porque su mamá salió a trabajar y nunca regresó.

Al cumplir dos años, 400 niños y niñas ya hacen parte de Tiempo de Juego. Los niños de las faldas de la Popa en Cartagena, también gozan ahora de este proyecto Los 160 que están desde sus inicios cambiaron los tenis rotos con los que entrenaban por un par de guayos nuevos. Cantaron en el concierto de Shakira, conocieron el centro histórico de la ciudad y alentaron a su equipo en el estadio al mejor estilo de las barras bravas. Johan y Angie siguen de novios y piensan en el deporte como un estilo de vida. Como sus historias, se tejen más de 200 cada semana. No importa que en la cancha en la que juegan a ser Ronaldinho sea de polvo y piedra cuando hace sol o un gran pantano cuando llueve. No importa que después del entreno toque ir a trabajar ni que esta vez el refrigerio estuvo escaso.

Aunque dirijo solo este barco, son muchos los que me han indicado dónde es el norte. Muchos más los que han sacado sus remos para ayudarme a navegar. Sin embargo, son mis alumnos, por así decirlo, quienes me han dado una lección de lucha en la adversidad. Ellos saben cómo se juega cuando no solo el marcador está en contra.

Andres Wiesner.

Conciencia Tranquila

Las acciones privadas que generan conciencia colectiva suelen ser acciones colectivas para nuestra propia conciencia; que es privada.
Partamos de la base que nada es cierto en este mundo, nada es claro y nada es sencillo. Hay verdades que aparentemente son absolutas, pero realmente no son incuestionables. Hay situaciones visiblemente claras que de fondo son muy confusas y las cosas más sencillas de la vida son en realidad de una complejidad asombrosa. Como no hay nada totalmente cierto, claro ni sencillo, todos nuestros actos deben basarse en la conciencia, que es el único mecanismo imparcial, no manipulable y coherente que nos puede dictar lo que está bien y lo que está mal.
Tierra nativa es un proyecto social que tiene como objetivo educar con valores a jóvenes mediante excursiones por Colombia. Creemos fielmente que quien no conoce algo, no lo puede querer y por eso nuestro lema es ¨Colombia, para amarla, hay que andarla¨. Una persona que ama un país considera que quienes nacen en su mismo territorio son sus amigos; porque de alguna u otra forma sabemos quiénes son, hablamos el mismo idioma, sabemos por las que han tenido que pasar, tenemos las mismas razones por las que estar orgullosos de nuestro país, marchamos por las mismas causas, cantamos el mismo himno y viajamos por las mismas carreteras. Cuando conocemos nuestra gente y nuestro país, lo aprendemos a querer, lo empezamos a entender y empezamos a sentir que no nacimos en esta tierra para aprender a correr, sino porque somos los más indicados para sacarla adelante. Nuestra hipótesis es que quien ama un país y a su gente, automáticamente quiere su bien y por eso le cuesta más trabajo robar, secuestrar, matar o simplemente hacerle cualquier tipo de daño a un compatriota.
La conciencia colectiva no se da tanto por si está bien o si está mal la idea, sino en si me convencen o no con esa idea, y por eso es que muchas veces todos los equivocados están del mismo lado. Por eso lo que necesitamos no son ideas que nos convenzan de que es lo que debemos pensar o hacer, porque la publicidad, la moda o los cocteles tienen ideas muy tentadoras que cualquiera quisiera seguir. Lo que realmente necesita nuestro país y el mundo son personas que no estén buscando que es lo que deben hacer sino que le crean y sigan su conciencia y dejen de buscar para empezar a entregar. Qué tal si dejamos de buscar la paz y empezamos a entregar paz? Qué tal si dejamos de buscar el perdón y entregamos perdón?
Con que simplemente yo haga las cosas bien no cambia el mundo, pero si aplicamos la filosofía de la Madre Teresa de Calcuta: "todo lo que yo hago es como una gota en el océano y sin embargo, si yo no hiciera lo que puedo, al océano le faltaría una gota" seguramente de esta forma creo que si podemos cambiar el mundo. No yo, pero si nosotros (acción colectiva) y así, todos podríamos tener la conciencia tranquila.

Ricardo Arango

El pensamiento crítico, la filsofía y los mamertos

Dentro de los días maravillosos en los que tuve la oportunidad de enseñar, y en los que -sobre todo- tuve la oportunidad de aprender, procuraba empezar contándoles a los niños el origen de algunas de las palabras claves. Tal vez por eso y por esas tardes de biblioteca re-conociendo muchas de las palabras que coloquialmente usaba, sé que filos es amor y sofos es saber, luego la filosofía sería el amor al saber y seguramente esa sea la razón por la cual los antiguos filósofos, especialmente los griegos, no se dedicaban exclusivamente al pensamiento, sino a las artes, a la matemática, a la física y en general a todo el saber en conjunto, de hecho y quienes conocen algo de la historia de Newton, Galileo y Da Vinci, sabrán que no se especializaban sólo en una cosa (como pareciera que es o por lo menos debiera ser en el mundo actual).

El punto es que, en el marco de definir las palabras, ahora veo tres grandes grupos de personas; la mayoría, la minoría, y los otros. La mayoría es la que no se cuestiona y traga entero, la minoría es la que es reaccionaria y cae en el juego de la manipulación, y los otros son los que no nos conformamos, ni nos quedamos en quejarnos sin proponer algo a cambio.

Pero vamos por partes, otra forma de ver estos grupos es a través de sus actitudes, no de sus consecuencias, y así que está el que tiene pensamiento crítico, el que es filósofo y el que es mamerto, y hay una diferencia bien clara entre los tres, lo triste es que a pesar de ser tan clara no resulta evidente, así que me doy a la tarea de evidenciarla y más que eso coloquializarla (por lo menos desde mi punto de vista).

Así pues, el mamerto es mamerto porque se queja y no propone, es reaccionario a veces y a veces traga entero, y es utilizado consciente o inconscientemente. De acuerdo a la definición misma es un tonto pero más que eso es el representante por excelencia de la desidia y del desánimo, es quien en los grupos crea problemas y no soluciones, o se dedica a pasarla rico sin asumir compromisos ni mucho menos responsabilidades, acá hay gente de la mayoría y de la minoría.

El filósofo es alguien más "respetado", en parte porque no se entiende, en parte porque tiende a aislarse y le pasa lo que le pasaba a Govinda (leer Sidartha de Hesse), quien se concentraba tanto en la meta que no se daba cuenta que para lograrla debía ver el entorno, pero generalmente al filósofo actual, no le importa, generalmente 'deja así' porque sabe (o cree saber) que ve más que lo que ve la mayoría, tiende a ser 'importaculista' o pesimista, luego su refugio es su propia 'sabiduría' que no comparte, que no sabe compartir y que difícilmente podría compartir porque según él, no lo entienden, acá ya es más bien la minoría.

El que tiene pensamiento crítico es aquel que se cuestiona, quien deconstruye y como esponja está dispuesto a creer si le brindan argumentos, e incluso está dispuesto a dejar de creer o creer algo diferente si descubre que estaba equivocado y el camino es por otro lado. Pero lo más importante de quien tiene pensamiento crítico, es que sabe que no se puede quedar en la teoría, sabe que debe construir y asumir riesgos porque el tiempo no se devuelve y hay mucho por hacer y hay muchos por despertar (así la mayoría no quiera o no le interese, pero de momento, pues ya llegará el día en que les interese tratar de mejorar el mundo por sus hijos), en fin, el que tiene pensamiento crítico sabe que tiene que ir con las manos al cielo para compartir, sabe que que el amor no se gasta ni es un tesoro a esconder, sino que por el contrario vive y crece cuando se brinda y cuando con él se construye, acá si estamos 'los otros'.

Todo lo anterior porque tener claras las cosas es el primer paso para construir, es necesario reconocerse a sí mismo en cada uno de los grupos, reconocerse en algún momento del propio crecimiento y/o de la propia vida, y validarse dentro de los mismos, es darle significado a cada nombre y a cada vida en contexto.

Es muy fácil criticar y gritar desde la masa, estar de acuerdo con la mayoría, pero lo que no es tan fácil es asumir la propia vida y el propio pensamiento, asumir esa carga, llevarla con orgullo y ser consecuente con ella.

Uno de los sonsontes de moda: "...soy rebelde cuando no sigo a los demás..." resulta de lo más curioso para mi, porque ese "no sigo a los demás" se canta en coro...

Alejo Martínez.